Un maratonista mexicano
- Natalia Martínez Alcalde
- Nov 23, 2012
- 8 min read

La falta de luz resaltaba los defectos de la ciudad haciéndola lucir aún más desgastada de lo que está.-Las pisadas de los corredores sobre la pista de quinientos metros marcaban un ritmo inconfundible. Y yo, con mi chamarra puesta y los brazos bien cruzados, los observaba.
Era uno de esos días en los que parecía nunca haber amanecido a las afueras de Irapuato, en la unidad deportiva sur.
Carlos llegó a las once y cinco de la mañana acompañado de un niño de entre ocho y diez años; uno de sus tres hijos. No hay necesidad de entrar en más detalles, en cuanto le hice la más simple de las preguntas, él se puso a contármelo todo. No paró hasta después de una hora.
Fueron doce hermanos, seis mujeres y seis hombres, tres de ellos murieron. Una familia de ‘El Potrero de la Noria de Camarena’, de esas comunidades que tienen entre veinte y sesenta casas, que se encuentran a las faldas de las ciudades mexicanas. “El rancho” me corrigió él.
“Mis padres… pues, decidieron vender sus animales que tenían, vendieron sus seis vacas, sus dos caballos, sus pollos, todo. Con el dinero que les dieron compraron un terreno aquí en Irapuato. Ahí hicieron su casa pegada de adobes.” Siendo niño lo sacaron de la escuela antes de terminar la primaria. La hermana mayor comenzó a trabajar haciendo el aseo de diversas casas y Carlos se dedicó a vender chicles, limpiar parabrisas y cargar bolsas de mercado.
Me contó de su vida en la calle y de los amigos que hizo mientras trabajaba como mercader ambulante de goma de mascar y proveedor de favores vagos. No fueron todos, y eso me lo aseguró, pero si algunos los que optaron por el vicio; por la droga. “La verdad, de todos con los que me junté, he visto a compañeros que estaban conmigo en esa época y, incluso ahorita, están muy mal, los ves con su botellita de tiner. Todavía se acuerdan de mí, me hablan y les da mucho gusto cuando me ven.”
Yo no lo podía creer. Para mis adentros, no dejaba de preguntarme cómo se pudo convertir en uno de los deportistas más importantes del país. Lo escuchaba atónita, tratando de ignorar el viento y la música grupera que se escuchaba a todo volumen de los autos que pasaban detrás de nosotros.
“Entonces por ahí las de DIF municipal que se llamaba ‘Programa mese’ me dijeron que si quería seguir estudiando que ellos me pagaban la escuela y les dije que sí. Me metieron a una secundaria que es aquí, la 46. Después, me pagaron nada más un año los útiles. Ese año lo pasé, como quien dice, de panzazo” Terminó la preparatoria, sí, pero no bajo el auxilio económico del gobierno, sino el propio. Sus días se partían en dos: el estudio y el trabajo que le permitía continuar con lo primero.
“No todos los que piden son malos”.- comentó uno de los deportistas que al pasar escuchó nuestra plática.
La vida definitivamente da vueltas, pero el giro de la suya fue más grande que la pista de atletismo que tenía frente a mí. Él dijo nunca haber imaginado ser lo que ahora es, jamás se le cruzó por la mente la idea de correr. Era como cualquier otro niño mexicano: un fanático del fútbol, de esos que sueñan con convertirse en el futuro Hugo Sánchez o en un Rafita Márquez, un héroe nacional del balón. Es tanta la afición de México por el fútbol, que ignoramos casi por completo los otros deportes. “…Digo yo no corría ni me gustaba correr, yo jugaba fútbol y empecé a correr para ganar condición en el fut.-”.
Aproximadamente un noventa por ciento de la población mexicana te menciona al instante el nombre del mejor futbolista del país. Hoy en día si lo preguntas, la mayoría respondería, sin pensarlo dos veces, que es Oribe Peralta, otros probablemente mencionarían a Pablo Barrera o al Chicharito. ¿Pero qué pasa si vas por la calle preguntando el nombre del mejor nadador, golfista, tenista, clavadista, etcétera? ¿Sabrían contestar? Y es que tristemente en México el único deporte que existe es el futbol.
“Ser maratonista no es lo mismo que ser un futbolista. Nosotros no tenemos masajistas, ni cocineros, ni gente que nos cargue el equipo para entrenar. Esto es mucho más simple, para correr solo necesitas tus short y tu camiseta; nada más”
El gobierno lo apoya, o por lo menos eso le parece a él. De parte del municipio recibe cinco mil pesos mensuales, del estado cuatro mil y el CONADE le da seis mil. En total son quince mil pesos al mes. “De eso estoy pagando una renta de una casa ahí en la sierra donde entreno, pago mil quinientos al mes. Me tengo que comprar bebidas hidratantes, agua, comida y como tengo familia pues también les tengo que dejar ahí a ellos para sus gastos. Tengo tres hijos los tres van a la escuela.”
Un maratonista mexicano no puede tener vacaciones, y menos aún si eres el mejor de todos: el entrenamiento debe ser a diario. “En cuanto ven que no hay resultados te quitan el apoyo”. Sacudió la cabeza y apretó los labios. “¿Cuánto ganaba Cuauhtémoc?” Preguntó unos minutos después.
Yo sinceramente no sé de futbol así que levanté los hombros y los dejé caer sin responder. Lo único que sé es que Blanco solía jugar en el Irapuato y era vecino de una de mis mejores amigas. De vez en cuando lo veía por ahí en su camioneta de último modelo manejada por guardaespaldas. En los partidos jugaba sólo un rato, jamás de tiempo completo; pero, eso sí, era el que más ganaba.
Investigué después lo que obtiene un futbolista mexicano de primera división. Y su estipendio está entre los 200 mil y el millón y medio mensuales. Una diferencia inconmensurable.
“A nosotros no nos queda más que seguirle echando ganas y todo, ora sí como dicen, por el amor a la camiseta. Porque por eso estamos nosotros. Nos pagaran o no nos pagaran nosotros seguiríamos practicándolo.”
Cordero tenía sólo diecinueve años cuando un tal Jesús García le dijo que tenía madera de corredor, que con su talento podría llegar a la cumbre del atletismo. Éste desconocido le pidió que lo dejara ser su entrenador. Carlos, como es de suponerse, se negó. No dejó de correr, pero el propósito de su entrenamiento tampoco cambió. Aquel extraño siguió insistiendo con lo mismo durante un mes completo: “Deberías dedicarte al atletismo” le decía cada vez que lo veía. Y Carlos no se cansaba de negarse. Yo imaginaba un montón de ‘Nos’ arrogantes saliendo de su boca mientras que aquél otro hombre seguro de haber visto un brillante futuro en ese joven delgado y de baja estatura le rogaba una oportunidad.
“Fue entonces cuando vi el maratón de Nueva York. Lo transmitían en vivo por televisión”. Quedó asombrado al verlo y decidió, por fin, entrenar como maratonista, pero sólo para lograr cumplir ése que se había convertido en su sueño.
Se casó. Lo hizo con solamente diecinueve años, sin estudios más allá de la preparatoria, ni trabajo. ¿Su opción? La misma que toman más de un millón de mexicanos desempleados al año. “Decidí irme a trabajar a los Estados Unidos, dejé de correr, me fui de ilegal, crucé la frontera”.
Hoy por hoy, según la oficina de censo de los Estados Unidos, hay 31.7 millones de hispanos en su país, de los cuales casi veinte millones son mexicanos. esto equivaldría a un 11.7 por ciento de la población. “Me fue bien, gracias a Dios”.
Ya son quince años desde que Carlos comenzó a correr, pero hubo lapsos en los que se fue a Estados Unidos. Con el dinero que ganó en el norte logró construir su casa y la tienda de abarrotes que se convirtió en su sustento.
Le prometí un paquete de Gatorades de naranja, su favorito, como agradecimiento por la entrevista. Me costó trabajo encontrar su casa. Aunque he vivido en Irapuato toda mi vida nunca había ido a aquella colonia. Tuve que atravesar toda la ciudad y llegar a la Deportiva Sur. “Vive en la colonia los pinos; tienes que pasar la deportiva, después la Comercial. Te sigues todo derecho y justo antes de llegar al arrollo, al puente, te giras a la izquierda. Su calle es la última.” Esas fueron las indicaciones de un vendedor de jícamas, que por suerte conocía a Carlos.
La calle Roble, su calle, es estrecha, corta y está recién pavimentada. La primera de las pocas casas es la de Carlos. De ésta cuelga una carpa que anuncia con letras grandes y negras “Abarrotes Cordero”. Su tienda que está integrada en la vivienda del maratonista. En la calle no hay más de diez casas. Es el único camino asfaltado de la colonia. La calle colinda con un arroyo de agua negra y con un camino de tierra y piedras.
Carlos atiende su negocio de nueve de la mañana a siete de la tarde. Las horas que él no está, su esposa se hace cargo. Se despierta a las seis para comenzar con sus tres horas de entrenamiento matutinas, regresa a casa a las nueve se encarga del local y a las siete corre tres horas más. Su lugar para correr no le queda a más de dos minutos en auto.
A ojos inexpertos, eso que hace, puede parecer desgastante, pero para un corredor de su nivel es necesario llevar el cuerpo al límite, darlo todo y aun después de haberlo hecho, dar más. “Nos iremos a hacer trabajo de altura que es en la sierra de Santa Rosa que está a una altitud de 2700 metros sobre el nivel del mar.” Se queda ahí todo el tiempo que le es posible, corre quince kilómetros en la mañana y quince en la noche. ¿Demasiado? Un maratón común consta de 42 kilómetros ininterrumpidos. Mientras más alto del nivel del mar menos oxígeno, por lo que la condición empeora y respirar se convierte en un reto. “La altitud nos favorece mucho a los atletas, llega uno con mejor forma física, más preparado y aparte que estar uno aislado de toda la gente, pues, eso lo hace a uno más fuerte y llega con más ganas de correr y la verdad sí se ve mucho en el rendimiento a la hora de las competencias que mejora uno muchísimo.”
Desde joven entrena también con Daniel Luna, nadie memorable en el mundo del atletismo, un hombre que no ha hecho más por el deporte que correr en la descuidada Deportiva de Irapuato. A pesar de los entrenamientos de Carlos, de sus desvelos y esfuerzos jamás lograba vencerlo, no podía con el ritmo que llevaba un hombre que le doblaba la edad. Esto lo motivaba, lo obligaba a dar más, a entrenar más, y todo por ese insaciable deseo de vencer lo que a él le parecía inalcanzable. “¿Cómo es posible que alguien como tres veces mayor que uno corra más rápido que uno? Yo quería alcanzarlo, tener su resistencia. Y hasta ahora a los setenta años o sesenta, corre lo que muchos jóvenes no pueden. La verdad se queda uno sorprendido. Mis respetos para él. Y seguimos entrenando y lo seguimos viendo a él con admiración y como la motivación”.
Hoy en día, Cordero es el maratonista número uno de México. Un corredor empedernido, que tuvo su primera participación en los Juego Olímpicos de Beijing, que ha representado a México en América Latina, Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Que ya alcanzó la marca para representar nuevamente a México pero esta vez en las Olimpiadas de Londres. Un hombre de baja estatura, delgado, tez morena y ojos grandes que ha sido varias veces felicitado por el Presidente de la República, que califica dentro de los treinta y dos mejores maratonistas a nivel mundial: Un excelente artilugio mexicano del atletismo.
Un maratonista, nuestro maratonista. El que ha representado a todos los mexicanos en varios lugares del globo. El que corre a diario bajo el rayo del sol y de vez en vez en lo alto de la sierra; que se desvive recorriendo más de treinta kilómetros por día para regalarle una medalla a un pueblo que no lo conoce.
Corre con su camiseta de México bien puesta y lo hace por amor a la playera. Un hombre que experimentó la pobreza extrema; que corrió en una pista de atletismo y también para cruzar la frontera. “Porque cuando yo voy corriendo pues me acuerdo de eso que sufrí en la niñez y eso es lo que me hace más fuerte a la hora de las competencias y bueno por un lado yo creo que gracias a eso es que hemos tenido esos resultados que estamos teniendo. Y creo que todavía podemos dar más”.
Aún lo tiene todo para ir a otros juegos centroamericanos, a otras olimpiadas y correr sus cuarenta y dos kilómetros en muchos otros maratones. “Y espero algún día poder ir al maratón de Nueva York. Hay que echarle ganas, que no hay nada imposible, dicen.”
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