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¿Qué quieres ser de grande?

  • Natalia Martínez Alcalde
  • Nov 14, 2014
  • 4 min read

A mi mamá, que cómo le gusta este cuentico.

En 1930 mi bisabuelo, Rodrigo García, se compró un lindo convertible Maybach Zeppelín DS8 color amarillo. Su esposa, Matilda, decidió salir a escondidas a dar una vuelta. No era bien visto que una mujer anduviera manejando por ahí, pero el auto era magnífico y tenía que usarlo aunque sea una vez. Manejó por las calles de Guanajuato. La pasó bien, supongo. Seguro se sintió realizada e independiente. Pero bueno, el punto es que después de unas horas de paseo, un canario casero se acomodó justo sobre el parabrisas del convertible. Ella contenta observaba al parajillo sin dejar de acelerar. Me imagino aquel cuadro como de película antigua: convertible amarillo, el aire acariciando el cabello de Matilda y un pajarito silbando. El canario abrió las alas para despegar, pero el aire lo hizo estrellarse justo sobre el rostro de mi bisabuela. Ella intentó maniobrar mientras el pájaro revoloteaba golpeando sus mejillas y sus ojos. A los pocos segundos salió del camino, chocó contra un farol de luz y el farol cayó justo sobre su cabeza. Así fue como mi bisabuelo perdió a su esposa, mi abuelo, que apenas tenía dos años, perdió a su madre y la pequeña Juanita perdió a su mascota.


En 1958 mi abuelo, Rodrigo García, decidió mudarse a la ciudad de México. Su esposa, Ivana, emocionada por todo ese asunto de la mudanza y de vivir en Polanco, una de las áreas mas cosmopolitas del país. Se fue, sin mi abuelo, a ver departamentos. Quería un pent-house, en uno de esos edificios nuevos y de grandes ventanales. Mientras se paseaba por ahí junto con la agente de bienes raíces e imaginaba su nueva vida dentro de aquella estructura moderna, escuchó un estruendo que la hizo saltar sobre sus puntas. Se giró y vio a la vendedora azotándose una y otra vez contra la ventana. “¿Qué hace?” le preguntó atónita. “Le muestro, los vidrios son irrompibles. Es una nueva tecnología Suiza, todos en Europa ya tienen ventanas hechas con este cristal. Inténtelo, azótese contra el vidrio, verá que no sucederá nada.” Mi abuela titubeó un poco, pero lo hizo una y otra vez. El cristal estaba intacto. Soltó una risita, ya cansada de tanto correr y golpear la ventana, y se recargó contra el cristal. No se rompió el vidrio, sólo se desprendió junto con el marco e Ivana murió después de haber caído ocho pisos. Fue así como mi abuelo quedó viudo y mi padre, que apenas tenía dos años, quedó huérfano de madre. Eso sí, la ventana como nueva, eh.

En 1987 mi padre, Rodrigo García, le compró a su esposa, Rocío, la cuál tenía un fetiche con las pieles, una bufanda de mink marca Chanel. Ella decidió estrenar su costosa bufanda el día de la despedida de soltera de una de sus amigas adineradas. Ya arreglada y lista se dio cuenta de que no había sacado la ropa de la lavadora. Era tarde y no le importaba mucho que tan limpia estuviera, lo que quería era llegar a su evento. Abrió la máquina mientras ésta seguía encendida y comenzó a sacar toda la ropa. La apagó refunfuñando mientras se decía a sí misma lo necesario que era tener un ama de llaves en la casa, ella no podía hacerlo todo sola. Ya había terminado su fastidioso labor, estaba por retirarse cuando vio en lo profundo de la lavadora un pequeño calcetincito, ése era mío. Se abalanzó enojada dentro de aquel agujero de metal y al hacerlo encendió accidentalmente la maquina. El cilindró giro a toda velocidad y la costosísima bufanda se atoró en uno de los agujeros de la lavadora. Y de esta catastrófica manera, mi padre volvió a ser soltero y yo me convertí en un niño sin madre. Después de eso nos vimos obligados a contratar a un ama de llaves.


Con esta historia yo no espero provocar compasión ni ningún sentimiento que se le parezca. Son simplemente cosas que pasan y con las que cada persona tiene que aprender a lidiar a su manera. Yo, siendo huérfano de madre e hijo de un viudo, la pasé bien. Tenía dos años cuando ella murió y sinceramente no me acuerdo de nada. Mi padre me utilizaba como anzuelo para conseguir a la mujer que quisiera. “Oh, soy viudo.” decía frunciendo las cejas y agachando la mirada. “Doy todo de mí para criar a mi hijo como se debe, ser padre y madre, pero es tan difícil. Lo amo con toda mi alma y no quiero que le falte nada… la extraño.” Y yo las miraba con ojos melancólicos y abrazaba las piernas de mi padre. “Yo también la extraño, papá.” Era entonces cuando ellas se soltaban a llorar, mi padre se las llevaba a la casa a pasar la noche y a la mañana siguiente nos encontrábamos con panqueques recién horneados para el desayuno. Me daban regalos, juguetes, comida, ropa, todo lo que quería y mi papá la pasaba bien. “¿Qué quieres ser de grande, Rodrigo?” Me preguntó la maestra, creo que yo tenía unos diez años. “Viudo” contesté y desde entonces no he cambiado de parecer.


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