Amor entre artistas; Fuego contra fuego
- Natalia Martínez Alcalde
- Feb 11, 2015
- 5 min read

¡Ay, los artistas! Esos seres insólitos que no suelen atravesarse por nuestro camino, pero cuando lo hacen nos dejan contagiados de un no sé qué fuera de lo común. ¿Qué será eso que tienen? ¿Qué hacen para volvernos locos de enamoramiento? (o loca en mi caso). Tal vez es la desorganización crónica de la que padecen, su expertise al fumar o simplemente ese egocentrismo tan fastidioso que los caracteriza.
Se cree que las personas con altos niveles de creatividad suelen tener el hemisferio derecho del cerebro, el sentimental, mucho más desarrollado que el izquierdo, caracterizado por la racionalidad y la lógica. Es por esto, que el cliché del artista ha sido y será el de alguien febril que pone como timón en su vida las emociones del momento. Seres soñadores, intuitivos, espontáneos y aventureros a los que les importa poco la opinión de la sociedad sobre cómo se deben hacer las cosas. No se rigen por disciplina, sino por lo fugaz de la inspiración. ¡Y sienten! Vamos, que ellos sí que tienen los sentimientos a flor de piel. Sienten y perciben el mundo que los rodea desde un punto de vista tan individual como poco descifrable. Lo externan después, ya sea con una cámara, con un pincel, con una pluma o una guitarra.
Es entonces, y debido a todas esas particularidades tan raras de encontrar dentro de un mismo cuerpo, que suelen fascinar o perturbar a cualquiera que se les pare enfrente. Mas el problema aquí, no es si el artista se topa alguien convencional, esa sería una ecuación más o menos aceptable. El aprieto surge cuando un artista, de esos medio creídos, que duermen más de día que de noche, que se peinan sólo para los eventos de gala y viven de su arte y para su arte, por azares del destino, se tropieza con otro artista. La ecuación no es tan difícil de asumir: junta fuego con gasolina y dime qué es lo que pasa.
Un buen ejemplo, sería el de Hemingway, uno de los principales novelistas del siglo pasado, con su enamorada Gellhorn. Son pocos los que conocen a la tercera esposa de este Nobel de literatura, pero los que se han dado el tiempo de leer alguno de sus artículos o novelas, se dan cuenta de que es igual o incluso más brillante que el mismísimo Hemingway.
Se conocieron en 1936 donde accedieron viajar a España juntos para cubrir la tan sonada guerra civil española. Fue así que nació el romance que quebrantaría la relación del escritor con su segunda esposa y, por ende, su familia. Ambos se mudaron a la finca de Hemingway en La Habana. Pero Gellhorn, tan inquieta y apasionada como su nuevo esposo, no sería el estilo de mujer que se quedaría en casa esperando a su marido con un plato de comida caliente, sino todo lo contrario. “Sigo la guerra, a donde sea que ésta me lleve”, declaró. Las largas ausencias de Gellhorn enloquecían al, cada vez más inestable, Hemingway, que hacía todo lo posible por mantener a su esposa en casa. Es más, en una de sus continuas cartas él escribió: “¿Eres corresponsal de guerra o la esposa en mi cama?”
La rivalidad y competencia entre ambos los llevó a separarse después de cuatro años de un matrimonio agridulce, en 1945. Hemingway se casó por cuarta vez con una mujer que se haría cargo completamente de él hasta el día de su suicidio en 1961.
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¿Quién no piensa en la enredada relación de los principales exponentes del arte mexicano? ¡Qué casualidad que el pionero del muralismo se haya enamorado de una de las artistas más icónicas de todos los tiempos! Diego Rivera, teniendo 42 años contrajo nupcias con Frida Kahlo de sólo 22. Ambos pintores y activistas comunistas, se unieron en una relación basada en la admiración y el amor mutuo. Aunque no está de más recordar que del amor al odio hay sólo un paso, y para este par, se volvió un hobby eso de saltar la delgada línea que divide estos sentimientos antagónicos.
Las infidelidades fueron el pan de cada día dentro de su hogar. Entre las mujeres con las que Diego engañaba a Frida, se encontraba Cristina Kahlo, la hermana menor de la artista. Ella, por su parte, sostuvo un romance con Trotski, que escapó de Rusia tras haberse opuesto al líder de la Unión Soviética, Stalin. La salud delicada de Frida no evitó que la pareja se separara en contadas ocasiones.
Las obras de la artista mexicana más reconocida internacionalmente, retratan de manera simbólica, casi surrealista, una perpetua lucha interna que iba de la mano con el comportamiento de su amado Diego.
“Lo único de bueno que tengo es que ya voy empezando a acostumbrarme a sufrir”.-Frida Kahlo.
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Otro caso sería el de Rodin, uno de los escultores más influyentes de la modernidad.
Camille Claudel, con sólo 19 años de edad, comenzó a trabajar en el taller del reconocido escultor. La joven adquirió varias etiquetas dentro del espacio creativo de Auguste Rodin: la de aprendiz, colaboradora, compañera, amiga, modelo, musa y amante. En aquel taller repleto de esculturas impresionistas surge una pasión desenfrenada que se caracteriza por una mezcla de cooperación y desafío entre ambos.
“El respeto que tengo por tu carácter, por ti, mi Camille, es una causa de mi violenta pasión. No me trates despiadadamente, te pido tan poco”. Escribió Rodin en una de sus cartas.
A pesar de que el escultor nombró a Camille la mujer de su vida en repetidas ocasiones, no se deshace de la unión sentimental que lleva con Rose Beuret. Claudel representa esta situación en su obra Edad madura, en la que muestra a una mujer desnuda y de rodillas ante un hombre que le da la espalda para alejarse en brazos de otra.
La tempestuosa y sentimental relación terminó por desmoronarse. Camille se aisló de la sociedad Parisina dentro de su taller y luego de su última exposición destruyó varias de sus obras. Poco a poco fue perdiendo su estabilidad mental y cayó en varios episodios de crisis nerviosa y psicosis. La internaron en el manicomio de Montdevergues, en 1913, donde pasó los últimos treinta años de su vida en soledad.
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Dos íconos del rock alternativo estadounidense, Courtney Love y Kurt Cobain, se conocieron en 1991, a poco tiempo de la aparición del álbum Nevermind de Nirvana. Este dúo compartía una buena lista de cosas en común, por desgracia eso que los unía también los hacía destruirse mutuamente.
La relación se caracterizó por un aumento significativo en el abuso de drogas por parte de ambos. Parecían estarse sofocando bilateralmente, retándose, sumergiéndose más y más profundo a los abismos de la adicción. Se casaron un año después de haberse conocido y fue ese mismo año que la pareja le dio la bienvenida a Frances Bean, su única hija. El medio, la farándula y las redes de comunicación los saturaron, arrebatándoles su vida privada; eran la pareja controversial que le daría a la sociedad el chismerío que tanto necesita.
No hay por qué explicar a lujo de detalle qué fue lo que sucedió en 1994, basta con decir que Courtney Love y Frances Bean Cobain, siguieron adelante como viuda y huérfana, respectivamente.
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¿Para qué mentir? No todas las parejas de artistas han acabado en cataclismo. No, claro que no. Siempre, dentro de todas las generalidades, hay uno que otro caso que brota como una pequeña luz encendida entre la penumbra. El dramaturgo italiano y Nobel de literatura Dario Fo, trabajó siempre junto con su esposa la actriz Franca Rame. Y qué decir de Christo y Jeanne-Claude, que realizaban las instalaciones artísticas ambientales más fascinantes jamás vistas.
Pensándolo bien, tal vez no sea el hecho de ser artistas lo que ha acabado con estas parejas. ¿No será más bien que somos humanos y creemos con todas nuestras fuerzas que el amor es la única fuerza capaz de salvarnos?
Link CulturaColectiva: https://culturacolectiva.com/historia/amor-entre-artistas-fuego-contra-fuego/
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