Del amor, la filosofía y de Joaquín Sabina
- Natalia Martínez Alcalde
- Apr 1, 2015
- 6 min read

Esa brevísima palabra es el tema principal de la mayoría de las novelas que se acaparan en los mostradores o de las películas que se anuncian en cartelera. La obsesión colectiva de la raza humana. Lo que ha desencadenado tantas guerras o alegrías. Eso que hizo a The Beatles componer sus más de 200 canciones y a Edgar Allan Poe perder la cabeza. Pasamos horas, días, meses o incluso años, buscándolo por todas partes, creyendo que detrás de esas cuatro letras encontraremos la felicidad eterna. O por lo menos de eso nos intentan convencer los medios. Ay, amor. ¿Qué serás? ¿Tormento o felicidad?
Los medios de comunicación en general se dedican a retratar la manera fastuosa en la que deberíamos enamorarnos, besar o conocer a la persona indicada. ¡Y nos convencen! He ahí la razón de nuestra infelicidad amorosa. Buscamos entercados un amor de películahollywoodense, por naturaleza poco veraz. Tal vez nos hace falta realismo en la faena por encontrar a la persona de nuestra vida. ¿Cómo hacerle para poner los pies bien firmes sobre la tierra cuando se trate de encontrar pareja? Pues, dejemos a un lado todo lo que tanto predican los medios y permitamos que algunos de los pensadores más relevantes de todos los tiempos nos orienten, todo esto apoyándonos de uno de mis cantautores predilectos: Joaquín Sabina.
“Quiero decir que anduve
Lo mismo que cualquiera
En busca de unas manos
Que en mitad de la noche,
Entre tantos idiomas,
El mío comprendiera”.
Comencemos con la época clásica. ¡Vaya, desde entonces el amor era el titular de los pensamientos humanos! En su diálogo con Lisis, Sócrates explica que el amor se alcanza cuando la felicidad de la persona amada es lo que más se desea. Plantea que “lo semejante es amigo de lo semejante”. Y es por esta teoría que seguimos buscando cosas en comúnentre nosotros y nuestra pareja. Aunque también nos explica que hay dos tipos de personas en el mundo; podríamos ordenar estas categorías en enamoradizos y los sensatos. El primer grupo es constituido por seres que sufren eternamente debido a su deseo por la persona amada. El segundo, bueno, son los que jamás se enamoran y por ende no sufren.
Platón cree que hay dos tipos de amor. El primero es la pasión, la atracción, cuando se cae de rodillas ante el físico de alguien más, el amor sexual. El segundo sería más bien cuando dos personas logran complementarse intelectual y filosóficamente, es ahí cuando nos enamoramos del alma y no de las apariencias. Aunque explica, de manera un poco contradictoria, que eso de enamorarse es una maldición reservada a pocos. Pero ya si tuviste la desdicha de caer en las garras del amor, hay que resignarse y sacar provecho de la situación haciendo tantas locuras como te sea posible. Dejando de lado la racionalidad para actuar tan irracionalmente como queramos, dejándonos llevar por los instintos o deseos del momento. Que ese amor, a veces ciego y enfermizo, valga la pena. No importa qué tan lastimados salgamos cuando se derrumbe.
“A mí me gusta comer de verdad, beber de verdad, besar de verdad, charlar con los amigos de verdad, enamorarme de verdad y cuando pones tanto en todas esas cosas lo más normal es que salgas lleno de cicatrices”.
Para uno de los maestros de la sospecha y el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, el sentimiento de amor es algo que fluye desde el inconsciente. Es el Ello, el instinto, el que siente atracción. Bien decimos que el amor es completamente irracional. Pero es entonces cuando el Yo, la parte racional del ser humano, se pone en acción y comienza a fijarse más a fondo en la persona por la que sentimos esos arrebatados carnales. Si la relación en pareja resulta en lograr conquistar mutuamente el Yo y el Ello, el efecto será la felicidad. Recordemos lo que ya dijimos de Platón que hablaba de una coalición entre la pasión física y la consciencia.
“Si no fueras tan guapa, si no me sacudieras por las solapas el corazón.
Si no fueras tan borde, si no te conocieran los cuatro acordes de mi canción.
Si no fueras tan lista, tan ángel de la guarda de los artistas desesperados.
Yo no estaría aquí jugándome por ti la vida a cara o cruz”.
Un punto de vista un poco más pesimista sería el del psiquiatra Francés Jacques-Marie Êmile Lacan. Él lo define como “dar lo que no se tiene a quien no lo es”. Todos sentimos un perene vacío existencial. Nos falta algo. Por ende, Amamos para recibir ese algo que buscamos hasta por debajo del refrigerador, pero también al amar caemos en una situación de precariedad, ya que nos colocamos a merced del otro.
“No sé por qué razón mi corazón
siente la fuerza de un imán
cuando tú estás en la ciudad.
No sé por qué razón
dentro de mí estalla una tormenta
cuando me cuentan de ti”.
Los hombres, según Aristóteles, prefieren ser amados a amar por ellos mismos, creerse superiores. Ser amado es ser estimado, puesto en lo alto, visto como lo que nunca seremos y siempre anhelaremos: perfectos. Ser necesitado, reconocido, nos hace sentir bien y mucho más seguros de nosotros mismos. Así que el amor se convierte, eventualmente, en una especie de obsesión. Un vicio.
Y hablando de reconocimiento, para comprender el amor, según Hegel, filósofo alemán del siglo XVIII, tenemos que explicar primero la dialéctica del amo y del esclavo. Hegel dice que la historia no es sino una lucha de deseos por reconocimiento, es así como se han desarrollado cada una de las guerras o riñas por las que hemos pasado. El ganador es siempre el que su deseo de reconocimiento es mayor a su miedo a morir. Esto resulta en un amo, el ganador, y un esclavo, el perdedor.
“Piénsatelo bien antes de poner tu pie en mi balcón
no sea que tu escoba me barra la alcoba y me haga de bastón.
¿Qué van a decir todos los que a ti bruja te llaman
Si saben que lloras, besas, te enamoras y me haces la cama?”
Esta dialéctica se puede vincular directamente a la idea del amor. ¿Cómo? En la relación de amor, que es la unión de dos conciencias, la más débil, (y esto lo plantea también Sartre) es la que ama más. Mientras más ames, más te sometes, mientras menos ames más dominas o manipulas. ¿Quién da más? ¿Quién recibe más? Respondiendo a estas preguntas podremos llegar a saber quién está más enamorado.
“Enamorarse un poco más de la cuenta era una mala inversión”.
En su libro, La gaya ciencia, incluso Nietzsche repasa el tema del amor enfatizando algunos de los puntos anteriormente mencionados. “La espiritualización de la sensualidad se llama amor”. Como ya muchos otros pensadores lo habían concluido, este filósofo alemán también nos habla de la irracionalidad como uno de los principales adjetivos que describirían el amor. Plasma tanto las características negativas como positivas de éste. El hecho de que el amor exija una posesión exclusiva –nos dice– lo sitúa por debajo de la amistad. En la amistad es raro que quepa el egocentrismo, mientras que en el amor nuestra parte ególatra busca apoderarse de la persona con la que se está. No obstante, después de haber dicho esto, nos deja una chispa de esperanza al explicar que el amor prolongado sí es posible porque no es fácil poseer a un ser humano hasta el final, conquistarlo al cien por ciento. Siempre habrán rincones desconocidos de la persona por descubrir. Sin embargo, el amor finaliza en cuanto vemos a nuestra pareja como un ser limitado.
“Lo nuestro duró, lo que duran los peces de hielo en un güisqui on the rocks...
En vez de fingir o estrellarme una copa de celos, le dio por reír.
De pronto me vi, como un perro de nadie, ladrando, a las puertas del cielo”.
Para Ortega y Gasset el amor se podría parecer mucho al odio. El amor es ir hacia el objeto, el odio es ir contra el objeto. Para definirlos no falta más que cambiar la preposición. Nos dice el filósofo español que “Amar a una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende a uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente”. Aun después de una enunciación tan bella, objeta que el amor es un don reservado a poquísimas almas sensibles y preparadas a afrontarlo.
Si lo que dice Ortega y Gasset es cierto, deseemos ser de esos pocos que logran portar ese don. Ya nos ha ensañado Sabina que más vale acabar todo rasguñado de tanto sentir a salir intacto por no sentir nada. Sólo nos queda concluir y la mejor manera de hacerlo es citar al cantautor español:
“¡Benditas sean las raras excepciones!”
Link CulturaColectiva: https://culturacolectiva.com/letras/del-amor-la-filosofia-y-de-joaquin-sabina/
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