Ser médico (primer acto, obra de teatro)
- Natalia Martínez Alcalde
- Jan 25, 2017
- 9 min read

Consultorio médico vacío. A la derecha, un gran escritorio de madera con bastantes cajones. Detrás de él, la enorme silla del médico, una silla reclinable, delante dos sillas menos cómodas. Sobre el escritorio varios portarretratos de niños, probablemente los hijos del médico, una pluma, un cuaderno, el periódico matutino y la pequeña escultura de un cerebro humano. A la izquierda se encuentra la camilla, anticuada, forrada por cuero oscuro sobre una base de aluminio. Junto a la puerta blanca, un perchero negro sostiene la bata blanca del médico.
El consultorio está adornado por títulos enmarcados, gráficos que muestran los órganos y el típico esqueleto que cuelga de un poste metálico. Al fondo hay una enorme ventana que deja ver los edificios medievales de la Piazza Grande de la ciudad de Arezzo.
Se comienza a escuchar a lo lejos el sonido de una guitarra eléctrica junto con la melodía de un silbido y el tamborileo de unos zapatos pesados golpeando el asfalto al caminar. El sonido va aumentando poco a poco, hasta que el médico entra al consultorio, lleva el cable de unos audífonos blancos conectados a las orejas. Trae puestos unos impecables pantalones color negro, cinturón de hebilla plateada, zapatos recién lustrados y una camisa azul a rayas. Carga con un portafolio negro.
Para de silbar, sonríe abiertamente, complacido con lo que ve. Saca el teléfono del bolsillo derecho del pantalón y detiene la música. Desconecta los audífonos y los guarda en el portafolio. Se pone la bata blanca. Camina hasta el centro del escenario mirando al público, sonríe presuntuoso mientras se sacude con ambas manos la bata. Alza las cejas y dedica otra mirada de entusiasmo. Vuelve, se sienta en su silla. Saca del cajón superior un cigarrillo, lo enciende. Se pone cómodo: reclinándose y posando ambos pies sobre el escritorio. Toma el periódico y lo comienza a ojear con la tranquilidad de un médico que puede hacer esperar a sus pacientes lo que se le dé en gana. Fuma y lee. Pasa de página. Su expresión cambia, como si hubiera visto al ángel de la muerte. Mete la cara entre las páginas de periódico, lee con euforia moviendo la cabeza de un lado a otro. Asustado.
DOCTOR MORI [Lee sin despegar el periódico de sus narices]: La ciudad de Arezzo amaneció conmocionada por la repentina y extraña desaparición de Piero Merlini, prestigioso cirujano cardiovascular e investigador, considerado médico de cabecera de nuestra ciudad. [levanta la vista, mira al público, suspira] ¿Merlini? Pero… [Continua leyendo.] Su mujer, la Señora Barbara Cavalcanti, expresa haber visto a su esposo por última vez la noche de ayer. Salió, alrededor de las ocho de la noche, a comprar cereales, yogures y leche para el desayuno. Nunca volvió. Testificó la señora Cavalcanti sumida en un mar de… llanto. [Se talla los ojos con la yema de los dedos meneando la cabeza de un lado al otro] ¡Pero que cosa tan más rara! [Apaga el cigarrillo y saca del cajón unos anteojos, se los pone antes de continuar con su lectura] Una hora después de su salida ella lo intentó llamar al móvil, pero estaba apagado. Salió, entonces a buscarlo. Dice haber encontrado las compras que su esposo se suponía haría, derrumbadas en el pequeño callejón que se encuentra a un lado de su casa. Más sin embargo, lo que le robó el aliento fue haber encontrado, en ese mismo sitio, el zapato derecho de su marido a un lado de un charco de sangre. [levanta la vista, se quita los anteojos] ¿A un lado de un charco de sangre? ¿Será entonces que…?
Atónito, se pone de pie. Se desplaza, lentamente, de un lado al otro del consultorio. Pensativo.
DOCTOR MORI: Cualquier otro nombre me hubiera pasado desapercibido. Vamos, no me dolería tanto. No. ¿Otro desaparecido? ¿Otro muerto? ¡Qué más da! A diario, el periódico anuncia alguna trágica muerte ensangrentada. A diario, más de uno se ensucia las zapatos de rojo escarlata y se baña las manos con sangre ajena. Pasa a diario, pasa siempre. Las noticias de asesinatos ya no nos conmueven. Son tan habituales como la ducha o el pan con miel al desayunar. Le dan al café de las mañanas el sabor agridulce del morbo que éste merece para hacer de la jornada algo un poco más interesante. Tras ver en el periódico amarillista la acostumbrada fotografía de un desconocido, ya acuchillado, amorfo, cualquiera en su sano juicio no hace más que elevar los ojos al cielo e implorarle al Dios supremo piedad al momento de arrebatarnos la vida. ‘¡Ojalá yo no corra con la misma suerte!’ Nos decimos ‘¡Ojalá no me maten como han matado a aquel pobre desconocido!’ No pensamos en la persona que solía ser el cuerpo desmenuzado de la fotografía. Porque nuestro egoísmo latente no hace más que concentrarse en nuestra propia suerte. ¿¡Qué importa la empatía!? ¿¡Qué importa quién fue aquel pobre hombre en vida!? ¿¡Si fue feliz o desdichado!? ¿¡Si tenía familia o vivía solo refinado en un piso de alquiler!? Eso en realidad importa poco, porque no lo conoces, y será poco probable que en un periódico amarillista te encuentres con la fotografía de algún amigo tuyo. Yo, en lo personal, creí que no me pasaría jamás. ¡Nunca en la vida te encontrarás con una de esas noticias maniáticas, narrando la muerte o desaparición de un conocido! ¡Ja! Y lo creía, así como la anciana de la iglesia cree en la inmaculada concepción de la Virgen María, sin dudarlo, ni cuestionarlo, inconscientemente. Es que yo solo convivo con gente, así como se le dice, bien. Los que acaban apuñalados en algún callejón sin salida es porque se lo buscan. No vivimos en un país muy violento, no. Vivimos en un país curioso. Hay que andarse con cuidado, como en todos lados. Hay calles por las que se debe andar, y hay otras que es mejor evitar. Tenemos que tener claro que dentro de cada universo, caben varios mundos. Está el mundo donde la educación y la decencia manda, donde las conversaciones de hombres giran en torno a la política, a la medicina, a la economía. Donde las mujeres se sientan del otro lado del salón a conversar sobre el sastre, o los bolsos o las uñas o el cabello o el gimnasio. Si tuviste la suerte de nacer en un mundo de esos: un mundo tranquilo en donde jamás te preocuparás por morir de hambre, no tiene sentido siquiera posar las manos sobre los otros mundos. Los de abajo, donde la gente no ha sido educada como es debido. Donde los hombres trabajan jornadas completas encerrados en una fábrica y llegan a casa cansados, apestando a sudor. Donde se escatima la comida. Donde las mujeres venden el cuerpo para aportar un poco al capital familiar. Donde la gente huele mal porque no tienen la suficiente agua para ducharse lo necesario. Donde las ansias por escalar la pirámide social llevan al quien sea a hacer lo que sea. Los mundos no deben mezclarse. ¡no, no! Porque de ser así te puedes meter en problemas.
¿Pero… Merlini metiéndose donde no debía? Estoy seguro que Merlini no andaba entre callejones sucios, ni buscaba prostitutas, ni... no, Merlini no. Claro que no. A lo largo de mi vida no he admirado a nadie más que a él. Son pocos los que nacen con una especie de bondad interna incalumniable, pocos los iluminados como el buen Merlini. ¡El amable y gentil Merlini! ¡El firme pero sonriente Merlini!
¿Quién se ha atrevido a mezclar tu sangre divina con el polvo y mugre que cubre el asfalto de un callejón sin salida? ¿Quién ha privado a la ciudad de Arezzo de su Mesías? La vida no pudo darme un mejor mentor. Lloraré tu muerte, Merlini, porque es lo que deben hacer los amigos. ¿O no es así? Extrañaré tu manera de alargar las palabras al hablar, tus consejos de veterano, tus ojos diluidos detrás de esas enormes gafas, tu bigote perfecto. Siempre quise preguntarte cómo hacías para mantenerlo tan brillante y tupido. ¡Lo debí de haber hecho mientras podía! Hubieras soltado tu típica carcajada grave, para después escupir tu respuesta de siempre “Acido de desoxirribonucleico.” ¿De dónde viene tu perfección Merlini? [Ríe imitándolo, se cambia de sitio fingiendo ser Merlini] “ácido de desoxirribonucleico”. ¿Te ejercitas a diario o llevas alguna dieta especial? Te ves siempre tan fornido, saludable, lleno de vida. [Ríe imitándolo] “No, no, hijo, es el ácido de desoxirribonucleico.” ¿Y esa memoría, Merlini, cómo haces para recordar absolutamente todo lo que lees, para guardar tanta información en el cerebro? [Ríe imitándolo] “No, no, hijo. Así nací, es el ácido de desoxirribonucleico.” [burlón] ácido de desoxirribonucleico, ácido de desoxirribonucleico. ¡Agggg! Ahora que lo pienso, Merlini, eras todo un engreído, un vanidoso de mierda. ¡Nací perfecto, me criaron perfecto, crecí perfecto y soy genéticamente perfecto! Eso creías. ¡Genéticamente inmejorable! ¿Pues sabes qué? Tu perfección me da asco, me repugna tu excelencia. Si hay algo inhumano e inmundo es la falta de defectos.
Siempre estuviste delante de mi, Merlini, y eso lo tenías claro. Por eso me mirabas así, por encima de los anteojos, con las cejas gachas y esa sonrisita condescendiente. Y yo por eso te miraba a ti como te miraba: con admiración, como si estuviese en presencia de un Dios griego. ¡Qué idiota fui al establecer como ley universal cada una de tus opiniones! ¡No hay ser humano digno de ser adorado! Bien me lo enseñaron en la escuela. “No hay más Dios que Dios. Dios es el único ser al que podemos adorar. Él es el único ser perfecto y nos ama y nos perdona a pesar de nuestros errores.” Me repetían y repetían. Sin embargo te conocí y me dejé llevar por tu voz ronca y tus consejos de médico. Yo era solo un niño comenzando a construir los primeros peldaños de la más liada de las profesiones. Y tú con tanta experiencia y después de haber sobrevivido a tantos años de estudio, de desvelos, de conocimiento, de rutinas, de historias, de pacientes, de vidas al filo de la muerte, me hablaste, me resguardaste bajo el ala de tu tutela y me orientaste. ¿¡Cómo no iba a admirarte como admira un siervo a su amo, Merlini!? [Solloza un poco] ¡Fuiste tanto para mi! ¿Y ahora donde estás? ¿Por qué había sangre en aquel callejón, Merlini? ¿Estás vivo o estás muerto, querido maestro? ¿Dónde y cómo te encuentro?
Camina hasta su silla, toma asiento cansado, desconsolado.
DOCTOR MORI: ¿Cuánto se parece todo esto al experimento ése del Gato de Schrödinger? Un gato dentro de una caja oscura y bien cerrada. Dentro hay también un gas venenoso y un dispositivo. Ese dispositivo contiene una sola partícula radioactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse después de un tiempo. Bueno, pues si la partícula se desintegra el veneno sale y el gato se muere. Hay cincuenta porciento de probabilidades de que el gato esté muerto y cincuenta de que esté vivo. Mientras la caja esté cerrada y nadie haya visto dentro de ella, el gato estará vivo y muerto a la vez. Así estás ahora, Merlini, estás vivo y muerto. ¿no es así? Te encuentras en una superposición. Cautivo de una paradoja. Vivo y muerto a la vez.
Si resulta que al abrir la caja estás vivo, Merlini, todo regresará a la normalidad. Sonreiré. Te abrazaré y besaré tus mejillas del gusto. Te interrogarán sobre tu desaparición, sobre lo que te sucedió. La policía dará con el culpable y lo encerrarán. ¡Cadena perpetua, seguro! ¡Porque se lo merece el condenado de mierda! Volverás a tu consultorio, regresarás a las cenas de beneficencia y tendremos muchas, muchas conversaciones más. Se te admirará, más de lo que se te admiraba antes. Porque nos fuiste arrebatado de las manos, pero has regresado para ayudarnos a seguir vivos. ¡porque eso es lo que queremos, seguir vivos! Por eso vamos al medico. ¡Y tú has salvado tantas vidas, Merlini!
Si resulta que al abrir la caja estás muerto, Merlini, las cosas cambiarán bastante. Ya no serías el primero, porque ya no estarías ocupando tu puesto. Tu bello cuerpo no estaría embelesando tu pedestal. Ese pedestal se quedaría sin dueño y alguien tendría que escalar para llegar a tu sitio. Ese alguien sería yo, claro que sería yo. Porque yo soy tu discípulo, soy tu sucesor, el segundo mejor. ¡Pero contigo fuera de la contienda me convertiría en el primero!
Mi consciencia me reprime pero mi corazón lo desea. ¡Quiere mi alma que el universo que resulte de esta superposición sea el de tu muerte, Merlini! Porque así ya no me estorbarías. Ya no opacarías mi gloria. Esperaré ansioso la noticia que me indique tu muerte y lloraré en tu funeral frente a nuestros amigos. Creerán que lloro de pena, pero será el gusto de no tenerte más por encima mío. De no vivir comparándome con tu genética tan agraciada. Yo, imperfecto como siempre he sido, tomaré tu lugar. ¡Que anuncien los periódicos la muerte del Mesías de Arezzo! ¡Del hombre iluminado de nuestro pueblo! Miles de anuncios colgaran de las calles, miles de homenajes se harán en tu nombre… miles de lágrimas serán derramadas por esa muerte tan inesperada. [Cae en un espasmo de carcajadas pero las carcajadas comienzan a cesar lentamente. Baja la mirada, se lleva la mano a la frente, consternado] Dios mio, si mueres así, asesinado, Merlini, te convertirás en una leyenda, en un mártir, en algo así como la reencarnación de Jesucristo. Y tu pedestal seguiría siendo tuyo, pues lo ocupará el recuerdo de toda una ciudad en pena. Seguirás siendo tú el primero. ¿O es que acaso Paul McCartney logró apoderarse del puesto de John Lennon?
[Apenado] En ambos universos, Merlini, me condenas a una vida invisible tras tu preponderante sombra.
Alguien llama a la puerta con tres golpes huecos y decididos.
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